El otro día estuve pensando y analizando nuestras vidas, me refiero a mi vida familiar y social. No se si a ustedes les ha ocurrido pero me he dado cuenta que nosotros, Francisco y yo, nos hemos convertido en personas con características autistas. Esto está ocurriendo desde que J era pequeño y comenzó a presentar sus características más fuertes.
Ustedes saben que a veces uno se monta en el carro y maneja sin rumbo, vas de un pueblo a otro te detienes para comerte algo y continuas manejando, pasas por la playa o simplemente admiras la naturaleza. Cuando J era bebé lo montábamos en el carro y como sabíamos que automáticamente quedaba dormido, nos íbamos a pasear. El montar a J en el carro era como anestesia para él. Podía pasar horas dormido y nosotros podíamos pasear tranquilos.
Otra salida que teníamos era que Francisco y yo no íbamos para los centros comerciales y estábamos horas muertas caminando, mirando en las tiendas etc. Esto tanto para Francisco como para mi era divertido y compartíamos mucho tiempo juntos.
Estas salidas o escapaditas eran los fines de semana. Kimberly se iba de fin de semana con su papá o sus abuelos y Kristian ya era grande así que tenía sus planes. Por lo tanto, Francisco y yo teníamos tiempo para nosotros y aunque J estaba, no daba que hacer.
Cuando llegábamos al centro comercial, y les hablo de cuando J era bebé, lo montábamos en el coche y a los diez minutos estaba roncando. Así pasaba horas y nosotros podíamos hacer las compras tranquilos. Que nos íbamos a imaginar que esos comportamientos eran señal de alerta.
A nosotros siempre nos estuvo raro que J siendo tan pequeño se portara tan bien. No daba que hacer cuando salíamos y especialmente cuando estábamos en los centros comerciales, ni alimento pedía. A veces estábamos 5 ó 6 horas y eran 5 ó 6 horas que él pasaba durmiendo y ni quería comer. Yo trataba de despertarlo para que tomara leche pero no la quería.
Tan pronto llegábamos a la casa, todo cambiaba. Comenzaba a llorar y llorar y luego en la noche no dormía bien. Por eso era que planificábamos estas salidas para por lo menos tener unas horas, que aunque no pudiéramos dormir nosotros, no escuchar a J llorando y poder nosotros compartir.
Esto comenzó a cambiar cuando J tenia como 1 ½ año. Las cosas se voltearon, ya no podíamos salir con J en el carro pues todo el tiempo estaba incomodo. Y a un centro comercial ni se diga. A J le molestaban los lugares ruidosos y las multitudes, lloraba mucho y terminábamos regresando a la casa. Llegó el momento en que dejamos de salir con él y nos tomábamos turnos para salir a hacer las cosas. Cuando yo tenía que salir a hacer compras, Francisco se ofrecía a quedarse en la casa con J y viceversa. O simplemente declinábamos invitaciones a actividades.
Ibamos también al cine y nos sorprendía que aunque el volumen dentro de la sala de cine es muy alto, J dormía sentado en su “car seat” y no se inmutaba con los ruidos. Llegó un tiempo en que si íbamos al cine, uno de nosotros terminaba afuera con J en el lobby para que el otro pudiera terminar de ver la película. O nos salíamos los dos y nos íbamos a mitad de película.
Y ahora regimos nuestras vidas por las rutinas. Todos los días despertamos y seguimos la misma rutina. Se prepara todo el mundo para ir a trabajar o a las escuelas, tomamos el mismo camino hacia nuestros destinos, salimos en la tarde y es otra rutina y llegamos a la casa y seguimos con una rutina. Ni se diga de las rutinas los fines de semana. Sábado, Tae Kwon Do, TO, TH y domingo trabajar en la casa.
Ya somos más rutinarios que J, y después no quejamos de que estos chicos son tan rutinarios y pretendemos extinguirle esta característica.
No comprendíamos por que J odiaba tanto salir a cumpleaños o actividades familiares o a cualquier sitio. Ningún lugar a donde lo lleváramos le divertía, solo quería estar viendo sus películas una y otra vez. Así que en aquel tiempo en lugar de sacar a J de su mundo, nosotros lo acompañamos y nos recluimos con él.
Luego de su diagnóstico, y ahora con todo lo que sabemos, lo hemos acostumbrado a salir de la casa y biiiiiiiiiiien poco a poco hemos logrado que permanezca en los lugares por periodos más prolongados sin que eche la pelea.
Créanme él trata, pero le buscamos la vuelta y utilizamos el reloj como aliado. Nos aprovechamos de que J es muy estricto con los horarios y cuando él comienza con el cuento de “quiero mi casa” le damos una hora y él se queda callado hasta que llegue la hora que le dimos. Eso si, se pasa velando el reloj.
También respetamos sus limitaciones y si sabemos que el lugar donde tenemos planificado asistir lo va a poner demasiado incomodo pues optamos por dejarlo con alguien. Claro, esto ocurre muy pocas veces pues como casi nunca tenemos con quien dejarlo, pues optamos por salir a ciertos lugares solamente.
Ya ven nosotros también tenemos nuestras características.
Ustedes saben que a veces uno se monta en el carro y maneja sin rumbo, vas de un pueblo a otro te detienes para comerte algo y continuas manejando, pasas por la playa o simplemente admiras la naturaleza. Cuando J era bebé lo montábamos en el carro y como sabíamos que automáticamente quedaba dormido, nos íbamos a pasear. El montar a J en el carro era como anestesia para él. Podía pasar horas dormido y nosotros podíamos pasear tranquilos.
Otra salida que teníamos era que Francisco y yo no íbamos para los centros comerciales y estábamos horas muertas caminando, mirando en las tiendas etc. Esto tanto para Francisco como para mi era divertido y compartíamos mucho tiempo juntos.
Estas salidas o escapaditas eran los fines de semana. Kimberly se iba de fin de semana con su papá o sus abuelos y Kristian ya era grande así que tenía sus planes. Por lo tanto, Francisco y yo teníamos tiempo para nosotros y aunque J estaba, no daba que hacer.
Cuando llegábamos al centro comercial, y les hablo de cuando J era bebé, lo montábamos en el coche y a los diez minutos estaba roncando. Así pasaba horas y nosotros podíamos hacer las compras tranquilos. Que nos íbamos a imaginar que esos comportamientos eran señal de alerta.
A nosotros siempre nos estuvo raro que J siendo tan pequeño se portara tan bien. No daba que hacer cuando salíamos y especialmente cuando estábamos en los centros comerciales, ni alimento pedía. A veces estábamos 5 ó 6 horas y eran 5 ó 6 horas que él pasaba durmiendo y ni quería comer. Yo trataba de despertarlo para que tomara leche pero no la quería.
Tan pronto llegábamos a la casa, todo cambiaba. Comenzaba a llorar y llorar y luego en la noche no dormía bien. Por eso era que planificábamos estas salidas para por lo menos tener unas horas, que aunque no pudiéramos dormir nosotros, no escuchar a J llorando y poder nosotros compartir.
Esto comenzó a cambiar cuando J tenia como 1 ½ año. Las cosas se voltearon, ya no podíamos salir con J en el carro pues todo el tiempo estaba incomodo. Y a un centro comercial ni se diga. A J le molestaban los lugares ruidosos y las multitudes, lloraba mucho y terminábamos regresando a la casa. Llegó el momento en que dejamos de salir con él y nos tomábamos turnos para salir a hacer las cosas. Cuando yo tenía que salir a hacer compras, Francisco se ofrecía a quedarse en la casa con J y viceversa. O simplemente declinábamos invitaciones a actividades.
Ibamos también al cine y nos sorprendía que aunque el volumen dentro de la sala de cine es muy alto, J dormía sentado en su “car seat” y no se inmutaba con los ruidos. Llegó un tiempo en que si íbamos al cine, uno de nosotros terminaba afuera con J en el lobby para que el otro pudiera terminar de ver la película. O nos salíamos los dos y nos íbamos a mitad de película.
Y ahora regimos nuestras vidas por las rutinas. Todos los días despertamos y seguimos la misma rutina. Se prepara todo el mundo para ir a trabajar o a las escuelas, tomamos el mismo camino hacia nuestros destinos, salimos en la tarde y es otra rutina y llegamos a la casa y seguimos con una rutina. Ni se diga de las rutinas los fines de semana. Sábado, Tae Kwon Do, TO, TH y domingo trabajar en la casa.
Ya somos más rutinarios que J, y después no quejamos de que estos chicos son tan rutinarios y pretendemos extinguirle esta característica.
No comprendíamos por que J odiaba tanto salir a cumpleaños o actividades familiares o a cualquier sitio. Ningún lugar a donde lo lleváramos le divertía, solo quería estar viendo sus películas una y otra vez. Así que en aquel tiempo en lugar de sacar a J de su mundo, nosotros lo acompañamos y nos recluimos con él.
Luego de su diagnóstico, y ahora con todo lo que sabemos, lo hemos acostumbrado a salir de la casa y biiiiiiiiiiien poco a poco hemos logrado que permanezca en los lugares por periodos más prolongados sin que eche la pelea.
Créanme él trata, pero le buscamos la vuelta y utilizamos el reloj como aliado. Nos aprovechamos de que J es muy estricto con los horarios y cuando él comienza con el cuento de “quiero mi casa” le damos una hora y él se queda callado hasta que llegue la hora que le dimos. Eso si, se pasa velando el reloj.
También respetamos sus limitaciones y si sabemos que el lugar donde tenemos planificado asistir lo va a poner demasiado incomodo pues optamos por dejarlo con alguien. Claro, esto ocurre muy pocas veces pues como casi nunca tenemos con quien dejarlo, pues optamos por salir a ciertos lugares solamente.
Ya ven nosotros también tenemos nuestras características.
2 comentarios:
Pero fíjate que si no llega ser por nuestro autismo jamás hubiésemos conocido a gente tan maravillosa!!! jeje!!!
Aimée...es si es biiiiiiien cierto. De verdad que jamás habiamos tenido amigos tan buenos. Personas que ayudan a su prójimo desinteresadamente y con un sentido de humanidad increíble.
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